Bien temprano, a las 6 de la
mañana, partió nuestro bus de Fuensanta rumbo a Dénia, al encuentro de nuestro
reto: el macizo del Mongó. Realizamos una parada en Albacete para recoger al
resto de la expedición. En el Parque Natural del Montgó se unieron a nosotros
Yolanda, una amiga y un chico con 2 perros. Comenzamos la ruta un total de 24
senderistas en la ermita del Pare Pere, edificada junto a la caseta de piedra
donde este fraile franciscano hacía vida contemplativa, inspirado por la
naturaleza que rodea al lugar. El cielo estaba completamente despejado pero
soplaba un fuerte viento del suroeste, bastante frío, que obligaba a abrigarnos
bien a pesar de que la temperatura no era muy baja, 8 grados a esa hora, 9:30
de la mañana. Desde abajo, es verdad que los casi 800 metros que hay que subir
pueden intimidar, pero la experiencia vale la pena, así que valor y paciencia.
Comenzamos
una subida suave por un camino ancho que dejamos a los pocos metros, tomando
una senda ascendente hacia la Cova de L’Aigua. Pasamos por la zona de umbría
del Montgó, declarada Microrreserva, es frecuente la presencia de helechos y
plantas como el rusco y especies endémicas, algunas en peligro de extinción.
Después de 5 km recorridos, llegamos a la entrada de la cavidad, tras superar
unos escalones de altura considerable. Encontramos compartimentos de distintas
épocas utilizados para embalsar agua de lluvia filtrada por la roca caliza. En
la entrada de la cavidad, una inscripción la data de tiempos romanos, del año
238.d.c. Desde esta ventana natural divisamos la ciudad de Dénia, su castillo y
la línea de costa del Golfo de Valencia. Estamos en la ladera norte de la
montaña. Regresamos por la misma senda a encontrarnos con el Camí de la
Colònia, dirección este, y disfrutamos de un recorrido de montaña sin
desniveles apreciables. En esta
zona del trazado predominan los jarales de estepa blanca y negra, indicadores
de zonas que han sufrido incendios recientes. Lentiscos, coscojas, estepas, todas ellas especies típicas del matorral
mediterráneo, se afanan por recuperar la cubierta vegetal de la zona. Este
lugar ha sido afectado por varios incendios cuyas huellas son apreciables.
Llegamos a la
Cova del Gamell. En el Montgó, dado su carácter kárstico,
existen muchas más cavidades. Después de
visitarla y hacernos las pertinentes fotos, continuamos nuestro camino hacia la
cima. Encontraremos las indicaciones de la ruta PR-CV-355, empezando nuestro recorrido por una senda plana de
tierra que precede a la ascensión. 500 metros más tarde, otro cartel nos
avisa de que la subida está a punto de empezar. Pronto podremos adivinar las
increíbles vistas que nos esperan arriba, pues desde nuestra posición ya
empezamos a disfrutar del azul del mar y del entorno natural que nos rodea. El
Montgó llega al mar por una llanura conocida como Les Planes, que finaliza en
los abruptos acantilados del cabo de San Antonio. La vegetación en esta zona elevada es bastante homogénea: matorral bajo
dominado por estepas blancas, coscojas, palmitos y lavanda, que crecen entre
las erosionadas rocas.
Vamos en busca de la cima de la montaña, cada
uno ya va a su aire, nos espera, a partir de ahora, una senda más estrecha y
zigzagueante de terreno pedregoso por la que iremos cogiendo altura con fuertes
desniveles hasta llegar al balcón del Montgó, un buen lugar para descansar y
disfrutar de una bella panorámica: a nuestros pies se despliega el verde de la
montaña, y un poco más allá, el azul del mar y la bahía de Xàbia. Una
curiosidad que apreciamos bien es la humedad del piso debido al efecto
de criptoprecipitación (precipitaciones ocultas) que se da en la zona de la
cumbre, muy abundantes debido a la habitual presencia de nubes. En el tramo final de la ascensión la senda se
vuelve un poco más escarpada y aumenta la pendiente. Unos dos kilómetros
después, aproximadamente, llegaremos a zona rocosa que requiere un último
esfuerzo antes de hacer cima. En este sitio, algo abrigado del viento,
decidimos comer para recuperar fuerzas. Nos quedan 300 metros de subida en los
que deberemos estar atentos, la senda terminó y ahora toca sortear la zona
rocosa con bastante pendiente, lo que
nos obliga a progresar ayudándonos de las manos, para mayor seguridad,
guiándonos por las marcas en la roca, es el tramo de mayor dificultad; así,
hasta llegar a la consecución de nuestra aventura, al gran balcón del Montgó,
de una sobriedad extrema, con fantásticas vistas en un giro de 360 grados: el Mediterráneo, Dénia, Xàbia, y los
valles donde nos miran el resto de cumbres en lontananza; y allá a lo lejos,
hacia el este, divisamos perfectamente las montañas de la isla balear de Ibiza.
El esfuerzo ha valido la pena, siendo compensado con imágenes únicas, todo un
espectáculo de altura que sobrecoge.
Después de hacernos unas fotos en el vértice geodésico, rápidamente
comenzamos el descenso porque el fuerte y frio viento nos empuja hasta casi
tirarnos al suelo. Comenzamos la parte final de la ruta entre impresionantes
paredones y barrancos que se precipitan al sur de la mole, con un fuerte
contraste entre las dos vertientes. Aquí el grupo se dividió en dos.
Sobrevuelan
nuestras cabezas especies de aves características de esta montaña como son la
Chova piquigualda y la Grajilla. La senda
pasa entre un pino solitario y un abrigo natural de la roca. A nuestra derecha
asoma en una cumbre la actual cruz de Dénia, es un símbolo que identifica la
vista del Montgó desde la ciudad. Al llegar a la planicie, la senda transcurre
entre piedras erosionadas de afilados cantos de lapiaz cárstico. Por ello, hay
que prestar atención al camino para no tener un tropiezo o caída. El
macizo está formado por materiales cretácicos,
abundando las margas
y calizas.
Llegamos a la última dificultad del camino, una
pequeña y escarpada senda que baja con un desnivel pronunciado por la pared
rocosa. La noche se nos hecha encima pero en este sitio no hay que tener
prisas, un falso paso puede resultar fatal. Afortunadamente, salvamos la
dificultad sin contratiempos y con la ayuda de la luz de la luna y alguna
linterna, recorrimos el último kilómetro hasta llegar al punto de partida, la
ermita del Pare Pere, donde nos esperaba el bus con el resto del grupo, sano y
salvo. Son las 7:30 de la tarde. El GPS marcaba 16 kilómetros de travesía. Una
ruta con muchas sensaciones vividas, con la mochila repleta de emociones que a
nadie ha dejado indiferente.
Crónica y fotografía
Pablo Rueda Arce
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