lunes, 9 de febrero de 2015

ENTRE EL CIELO Y EL MAR ...

Bien temprano, a las 6 de la mañana, partió nuestro bus de Fuensanta rumbo a Dénia, al encuentro de nuestro reto: el macizo del Mongó. Realizamos una parada en Albacete para recoger al resto de la expedición. En el Parque Natural del Montgó se unieron a nosotros Yolanda, una amiga y un chico con 2 perros. Comenzamos la ruta un total de 24 senderistas en la ermita del Pare Pere, edificada junto a la caseta de piedra donde este fraile franciscano hacía vida contemplativa, inspirado por la naturaleza que rodea al lugar. El cielo estaba completamente despejado pero soplaba un fuerte viento del suroeste, bastante frío, que obligaba a abrigarnos bien a pesar de que la temperatura no era muy baja, 8 grados a esa hora, 9:30 de la mañana. Desde abajo, es verdad que los casi 800 metros que hay que subir pueden intimidar, pero la experiencia vale la pena, así que valor y paciencia.

Comenzamos una subida suave por un camino ancho que dejamos a los pocos metros, tomando una senda ascendente hacia la Cova de L’Aigua. Pasamos por la zona de umbría del Montgó, declarada Microrreserva, es frecuente la presencia de helechos y plantas como el rusco y especies endémicas, algunas en peligro de extinción. Después de 5 km recorridos, llegamos a la entrada de la cavidad, tras superar unos escalones de altura considerable. Encontramos compartimentos de distintas épocas utilizados para embalsar agua de lluvia filtrada por la roca caliza. En la entrada de la cavidad, una inscripción la data de tiempos romanos, del año 238.d.c. Desde esta ventana natural divisamos la ciudad de Dénia, su castillo y la línea de costa del Golfo de Valencia. Estamos en la ladera norte de la montaña. Regresamos por la misma senda a encontrarnos con el Camí de la Colònia, dirección este, y  disfrutamos de un recorrido de montaña sin desniveles apreciables.  En esta zona del trazado predominan los jarales de estepa blanca y negra, indicadores de zonas que han sufrido incendios recientes. Lentiscos, coscojas, estepas, todas ellas especies típicas del matorral mediterráneo, se afanan por recuperar la cubierta vegetal de la zona. Este lugar ha sido afectado por varios incendios cuyas huellas son apreciables.

Llegamos a la Cova del Gamell. En el Montgó, dado su carácter kárstico, existen muchas más cavidades. Después de visitarla y hacernos las pertinentes fotos, continuamos nuestro camino hacia la cima. Encontraremos las indicaciones de la ruta PR-CV-355, empezando nuestro recorrido por una senda plana de tierra que precede a la ascensión. 500 metros más tarde,  otro cartel nos avisa de que la subida está a punto de empezar. Pronto podremos adivinar las increíbles vistas que nos esperan arriba, pues desde nuestra posición ya empezamos a disfrutar del azul del mar y del entorno natural que nos rodea. El Montgó llega al mar por una llanura conocida como Les Planes, que finaliza en los abruptos acantilados del cabo de San Antonio. La vegetación en esta zona elevada es bastante homogénea: matorral bajo dominado por estepas blancas, coscojas, palmitos y lavanda, que crecen entre las erosionadas rocas.

Vamos en busca de la cima de la montaña, cada uno ya va a su aire, nos espera, a partir de ahora, una senda más estrecha y zigzagueante de terreno pedregoso por la que iremos cogiendo altura con fuertes desniveles hasta llegar al balcón del Montgó, un buen lugar para descansar y disfrutar de una bella panorámica: a nuestros pies se despliega el verde de la montaña, y un poco más allá, el azul del mar y la bahía de Xàbia. Una curiosidad que apreciamos bien es la humedad del piso debido al efecto de criptoprecipitación (precipitaciones ocultas) que se da en la zona de la cumbre, muy abundantes debido a la habitual presencia de nubes. En el tramo final de la ascensión la senda se vuelve un poco más escarpada y aumenta la pendiente. Unos dos kilómetros después, aproximadamente, llegaremos a zona rocosa que requiere un último esfuerzo antes de hacer cima. En este sitio, algo abrigado del viento, decidimos comer para recuperar fuerzas. Nos quedan 300 metros de subida en los que deberemos estar atentos, la senda terminó y ahora toca sortear la zona rocosa con bastante pendiente,  lo que nos obliga a progresar ayudándonos de las manos, para mayor seguridad, guiándonos por las marcas en la roca, es el tramo de mayor dificultad; así, hasta llegar a la consecución de nuestra aventura, al gran balcón del Montgó, de una sobriedad extrema, con fantásticas vistas en un giro de 360 grados: el Mediterráneo, Dénia, Xàbia, y los valles donde nos miran el resto de cumbres en lontananza; y allá a lo lejos, hacia el este, divisamos perfectamente las montañas de la isla balear de Ibiza. El esfuerzo ha valido la pena, siendo compensado con imágenes únicas, todo un espectáculo de altura que sobrecoge.



Después de hacernos unas fotos en el vértice geodésico, rápidamente comenzamos el descenso porque el fuerte y frio viento nos empuja hasta casi tirarnos al suelo. Comenzamos la parte final de la ruta entre impresionantes paredones y barrancos que se precipitan al sur de la mole, con un fuerte contraste entre las dos vertientes. Aquí el grupo se dividió en dos.

Sobrevuelan nuestras cabezas especies de aves características de esta montaña como son la Chova piquigualda y la Grajilla. La senda pasa entre un pino solitario y un abrigo natural de la roca. A nuestra derecha asoma en una cumbre la actual cruz de Dénia, es un símbolo que identifica la vista del Montgó desde la ciudad. Al llegar a la planicie, la senda transcurre entre piedras erosionadas de afilados cantos de lapiaz cárstico. Por ello, hay que prestar atención al camino para no tener un tropiezo o caída. El macizo está formado por materiales cretácicos, abundando las margas y calizas.

Llegamos a la última dificultad del camino, una pequeña y escarpada senda que baja con un desnivel pronunciado por la pared rocosa. La noche se nos hecha encima pero en este sitio no hay que tener prisas, un falso paso puede resultar fatal. Afortunadamente, salvamos la dificultad sin contratiempos y con la ayuda de la luz de la luna y alguna linterna, recorrimos el último kilómetro hasta llegar al punto de partida, la ermita del Pare Pere, donde nos esperaba el bus con el resto del grupo, sano y salvo. Son las 7:30 de la tarde. El GPS marcaba 16 kilómetros de travesía. Una ruta con muchas sensaciones vividas, con la mochila repleta de emociones que a nadie ha dejado indiferente.



Crónica y fotografía
Pablo Rueda Arce

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